lunes, agosto 23

Nada de ti.

Autores varios


Era una tarde apacible. Esteban, con un andar abatido, salió a la galería de la casa, se sentó, abrió el sobre y se dispuso a leer. Dos horas antes Ana había dejado sobre sus manos aquel poema…

“No hay susurro de mi piel que renuncie a tus manos.
Hay alba por noche, eclipses por labios y nada de ti…”

No pudo seguir, los ojos se le llenaron de lágrimas, las manos le temblaban. Dejó caer el papel al piso, se reclinó sobre el respaldo del sillón de mimbre y cerró los ojos.

Una lágrima le comenzó a correr por su mejilla. Justo él, que nunca había llorado. Justo él que se jactaba de ser tan hombre. Sintió un fuerte dolor en el pecho. Angustia, tal vez.

No recordaba haber estado tan triste, no tenía registro de tanto sufrimiento pero como "macho" que decía ser tenía que enfrentar esto, tenía que seguir leyendo.

El uso mental, involuntario del verbo en pasado lo aturdió. Notó con repentina alarma que se estaba acostumbrando. El "era" macho. Había sido. Ya no lo era.

Recordó esa fatídica noche, la que había bautizado "noche del escorpión"

Esa noche que lo marcó para toda la vida, esa noche que quedó sepultada en sus secretos más profundos.

“Latidos del pasado que anuncian tus párpados hirientes.
Hay lodo por mares, ocaso por luz y algo de tí...” Continuó leyendo Esteban, de soslayo.

Se vio obligado a recordar, a hundirse en ella. Recordar su piel, su perfume, su voz

¿Cuánto tiempo había pasado? Para el recuerdo y los sentidos nada... todo está intacto.

Con esa extraña continuidad que tienen los pensamientos volvió sobre la imagen de Ana dejando el sobre en sus manos.

-¿No te atreves a leerlo Esteban? ¿Quieres que yo continúe?- Preguntó Ana.

Esteban le pidió que le diera unos minutos. Sus huesos, dijo, y su alma, pensó Ana, necesitaban tomar un descanso. Se dirigió y volvió de la habitación, las piernas le temblaban cada vez más y el dolor del pecho era cada vez más fuerte.

Esteban no podía entender por qué Ana había guardado ese sobre tanto tiempo, ni cómo llegó a sus manos ¿Por qué esperó tantos años? ¿Por qué dejarse engañar? No tuvo la valentía de preguntárselo

Levantó la vista; la figura de Ana se recortaba a contraluz, de espaldas contra la ventana. Desplegó la hoja de papel y leyó el escrito que precedía al poema: “Te volvería a elegir, sin embargo me lo cuestiono cada día…

Me cuestiono el por qué es tan finito el puente entre el amor y el odio, que corto es el camino entre la alegría y la tristeza, entre el placer y el dolor, entre el día y la noche.

Sin embargo no imagino otro rostro, otra voz, otra cuerpo que se recueste a mi lado, otras manos que me recorran....no imagino....

Otra persona que me haga sentir fuego en mi cuerpo y en mi alma, que me lleve a las estrellas. Que me despierte los deseos más secretos de mi ser…

Es tan finito y tenue el puente entre el amor y el odio.... ese que muchas veces irrita mis sentidos, que ama tus manos pero al mismo tiempo no las soporta”.

-¿Y entonces Ana? No entiendo. ¿Por qué decidiste terminar nuestra relación aquella fatídica noche? Si bastaba con que me contaras de tu decisión de irte a vivir a Australia. Yo te hubiera seguido, lo sé.

-Eso no hubiera terminado bien... ... No hay amor que perdure cuando el país de uno se convierte en herida. Vos amabas, amás, este país. No lo hubieras soportado... De hecho nunca más me buscaste. Ana giró lentamente su cuerpo. La luz de la ventana envolvía su figura. Clavó sus ojos en los de Esteban y susurró... –Pero veo que seguís sin entender, de eso se trata, nunca te lo dije, de eso se trata... no quería que me siguieras a Australlia

Esteban comenzó a sentir que esa angustia que sentía en su pecho se había empezado a transformar en hostilidad hacia Ana... Su mirada destellaba odio, las manos se habían puesto rígidas de bronca. Empezó a sentir que sus instintos ya eran irrefrenables.

Esteban siempre había sido inestable. Siempre había sentido que su única emoción clara, inequívoca, era eso que sentía hacia Ana ¿Pero Ana había correspondido, había sabido valorarlo? ¿El estuvo sufriendo como un cerdo, como un estúpido, y ella se daba el lujo de interpretarlo? Había supuesto que él preferiría su país a ella y ¿había obrado en consecuencia? ¿Qué se creía que era? El no era un chico.

Apretó con fuerza el respaldo de la silla donde Ana se había sentado, y donde seguía hablando. Pero él ya no la escuchaba. Le latía la cabeza. -Que se calle esta mujer. Por Dios. Que se calle-.

Apretó más la silla. Los nudillos se le pusieron blancos.

De pronto, sin pensarlo, sus manos actuaron, partieron del respaldo hacia el cuello de Ana. Como en una película las vio apretar hasta que algo chasqueó, algo se rompió. Asustado, dio un paso atrás mientras Ana se derrumbaba de costado.

El sonido de las sirenas llegaba de todos lados, bomberos y policías se acercaban a la casa. Don Ricardo hablaba atolondradamente con el comisario. Nadie respondía al timbre ni los golpes en la puerta. Los bomberos con sus barretas y mazas derribaron la entrada. Un olor nauseabundo venía de la galería. El cuerpo de una mujer en el piso, las moscas revoloteando, y un poco más allá un hombre sentado en un sillón de mimbre balanceándose ininterrumpidamente con la mirada perdida, susurrando…..

"Hay alba por noche, eclipses por labios y nada de tí ..."

Esta historia fue escrita por: Sol Guerrero, Graciela Frnández, Catalina González, María Inés Ferrero,Irene Guitian.

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