sábado, octubre 30

Tristeza súbita

Por Sol Guerrero

Ayer, 29 de Octubre, Vera cumplió 10 meses. Claro que, a pesar de estos días de consternación, no me olvidé. Pero esta vez me tocó decírselo afligida. A falta de su risa sólo obtuve una mirada ladeada. Descontando el día de su nacimiento creo que es la primera vez que solté lágrimas frente a ella.  Seguro sabe por qué. O, en tal caso, lo irá sabiendo.


La vida no siempre es bella, qué mierda, por lo tanto no le inventé ningún juego hipócrita. Vera es nuestra hija pero también lo es de este país. Casi, casi, que dependerá más de éste que de nosotros.

Sin ella hubiera sido distinto, tal vez. Con dolor también, pero más ajustado a la racionalidad que otros quisieran ver en mí ante los hechos. El plus de la existencia de Vera me incrusta la muerte de Néstor Kirchner en el alma.

Yo sé que más de uno, incluso quienes me conocen desde muy cerquita, no entienden. Será porque siempre fui medida con los “amores” sociales o públicos. Si de fanatismos se trata no porto pasiones religiosas, ni futbolísticas, ni artísticas. Ni siquiera político partidarias. Me mostré en más de una ocasión libre pensadora. No tengo nada que venga “de raza”. Pero sí tengo ilusiones.

Desde antes del 2003, ese tipito me gustó. En esporádicas apariciones en la T.V., como gobernador, me provocaba cosquillas en los labios. A ese feúcho, entre tanto político, lo escuchaba con atención. “Me gusta”, decía cada vez…

Lo voté convencidísima. No lo hice por resignación o por una aguerrida afrenta contra Menem. O también, en todo caso, pero lo voté feliz y desde entonces, por primera vez, me fue saliendo bien.

Provengo de una familia simpatizante del peronismo pero no fueron ni sus “hijos” ni sus soldados, fueron siempre más socialistas que peronistas. Lo cierto es que en más de una oportunidad -y pese a los momentos de angustia familiar por los que pasamos en la dictadura, de los que tengo recuerdos sensitivos-, sentí nostalgia de la pasión política y la militancia que tuvieron mis viejos. Siempre anhelé eso para mí pero a pesar de las intentonas de política barrial y universitaria no encontraba demasiado bien dónde hacer pie. Hasta que llegó él.

No voy a enlistar lo que a esta altura, ya se sabe, hizo bien. Ciencia ficción, dijo mi compañero, y es exactamente eso. Quiero decir que además me gustó por lo que hizo mal y no, como tantos me han intentado decir sin la frescura suficiente, por acrítica o por fundamentalista, no.  Me gustó con sus errores porque confío en los seres humanos y sus contradicciones, no en los puristas, ni en los inmolados. No  descanso ni en los demagogos ni en los altruistas; confío en los desprolijos bienintencionados y él fue eso para mí. La diferencia radica en aquellos que hacen por lo que tienen y los que hacen por lo que les falta. Y ese pingüino lo tenía todo.

Admiro y admiré cómo fue construyendo el poder, con cuadros nuevos y los de la vieja política. Cómo fue aliándose con lo mejor y lo peor del aparato peronista para ir montando escenas propias. Cómo fue despegándose de los obstaculizadores e indolentes. Cómo desplegó su desfachatez sin esperar la venia de nadie. Me gustaba cómo negociaba intereses del pueblo con los sectores mezquinos, aves de rapiña, pero cercanos al fin y presas duras de roer. Y todo eso que, a caminito lento, fue logrando desde la soledad al principio y desde la solvencia política después.

Los dos me enamoraron por sus intenciones o sus fines, pero también, por sus medios y por sus formas…

No soy obtusa, no. En la intimidad, en más de una ocasión, pensé “¿Cómo no lo hizo de otra manera?” Pero aún así, como cualquier amor “pispireto” lo quise con el alma, la razón y el cuerpo puesto allí a defender;  y  si por caso mi cara andaba al viento, lo hice sin ambigüedades, ante los otros. Como quien por mucho menos lo hace por un equipo de fútbol, por su camiseta.  Tal vez, lo que me reivindique, en este caso, es que en medio del partido hay más de 40 millones de argentinos en juego.

Por eso lo voy a extrañar cada día. Porque era palpitante hasta para tenerlo de enemigo, adversario o como coño quieran llamarlo. Él era una bestia política y de aquí en más no creo que quepa en mi memoria otro registro semejante. Pero Néstor, el compañero y amigo como supo decir la gente en la plaza estos días,  ya no está y eso me va a seguir pareciendo una leyenda, no por incredulidad sino por desazón.

Mientras tanto yo no siento miedo porque está ella y ella es –ella-. Cristina es guerrera. Y disculpen si suena soberbio pero yo sé algo de eso… Lo que tengo es una profundísima pena, porque quién me puede negar que juntos eran un frente inquebrantable. Me llena de dolor saberla a ella sin él. Sin sus intimidades. Me inquieta saber quién portará la osadía suficiente para animarse al trabajo sucio que era juego de él. Me conmueve la tristeza de los más humildes, de los jóvenes y de los viejos. En ellos se los respiraba a ambos. -Dignidad- es lo que más les escuché decir en la plaza y esa es la palabra precisa. Me desencaja que no puedan seguir siendo, juntos, guías del país ideal que hoy se vislumbraba.

El futuro de mi hija es una apuesta en juego. Por lo pronto la democracia seguirá siendo mi religión y este peronismo K, mi cura.

Vera cumplió 10 meses y mi golpe al corazón es por mí pero mucho más por ella, porque haciendo cuentas no hubiera querido tener que contarle esta historia “perfecta”, hubiera querido que creciera con ella...


viernes, octubre 29

Chau Néstor

Por Pini Raffaele

Por unos cuantos años de diferencia no llegué a vivir el primer peronismo. Provengo además de un hogar antiperonista y en el ´73 tenía apenas trece años. O sea que, de un modo u otro, nunca pude vivir a pleno los momentos de gloria del peronismo. Siempre supe que me había perdido algo importante.

A los veintidós años me fui a vivir a la Patagonia, y en aquella época era como desenchufarse del mundo (no existía ni la televisión por cable y los diarios llegaban casi al anochecer, cuando llegaban). El primer presidente peronista que pude seguir de cerca fue Carlos Saúl I de Anillaco y no hizo otra cosa más que alejarme de lo que ellos mismos llamaban “un sentimiento”.
Cuando asumió Néstor Kirchner, tuve una ráfaga de entusiasmo con sus primeras medidas de gobierno, porque parecía un socialista. Pero al poco tiempo encolumnó a la CGT, negoció con lo peor de la política bonaerense, y dejó intactos muchos nichos de poder económico que le resultaban funcionales. “Y claro – me dije – es un peronista”. De hecho, ni siquiera la voté a Cristina porque me resultaba una incógnita indescifrable. Hasta que llegó el enfrentamiento con los terratenientes. En esa instancia jamás dudé de qué lado estaba, a pesar de haber visto a verdaderos chacareros en las rutas. Tiempo después ellos mismos confesaron el modo en que habían sido traicionados por la Sociedad Rural y por su propia conducción.
Después vinieron la jubilación para todos, la asignación universal por hijo, el fútbol para todos, el seis por ciento del PBI para educación, los millones de netbooks gratis para los chicos, el matrimonio igualitario, la reducción drástica de la deuda (incluyendo quitas de hasta el 70% en el pago)… y mil etcéteras más. Y yo ahí, paradito en la misma vereda de aquellos a quienes nunca había entendido del todo.


Y se murió Néstor. Ayer.


Hace un año casi vivo en el conurbano bonaerense. Del lado pobre. Trabajo en una Universidad con miles de pibes pobres. Y desde ayer, sólo se percibe tristeza. De la profunda, de la sincera, como la de Evita que vi en los documentales.
Ayer también fui a la Plaza y vi lo mismo. Hombres, mujeres y chicos del color de la tierra llorando quietamente. La sorpresa quizás, es que eran minoría. Una significativa mayoría eran clase media y jóvenes en particular. La Facultad de Sociales de Lomas, del Decano para abajo (o mejor dicho para el costado), con los ojos rojos.

Por primera vez sentí que yo pertenecía a ese lugar.


A ese tipo al cual le desconfié, tuve que reconocerle que hizo lo posible y que lo hizo maravillosamente bien. Que de sólo pensar el estrago del que se hizo cargo y lo que logró en cuatro años, parece ciencia ficción. Pero por sobre todas las cosas, le tengo que agradecer que me devolvió la Política.
Veo algunos amigos, que no pertenecen a ninguna elite, tan desenfocados como lo estuve yo en los ´90 y no hallo el modo de transmitirles todo esto.


Y ese tipo, con su muerte, parece estar diciendo “Secate los mocos, ahora te toca a vos”.





Pini Raffaele, 28 de octubre de 2010

domingo, octubre 17

A la vida de Vera...

Es mi primera vez, por lo tanto no voy a despotricar contra estos rituales que inventa la humanidad, quien sabe con qué objetivo, ni con qué intención que no sea por lo pronto hacer del camino de nuestra especie un periplo circular. No voy siquiera a reflexionar sobre la hostilidad que impone un festejo del que muchos no pueden formar parte. Mujeres deseosas de ser madres sin posibilidad. Hijos con madres ausentes y, otros tantos, con sentencias de madres que serían mejor olvidar.

Voy a dejarme arrastrar… y en medio de esa travesía no me atrevo a decir que sea la experiencia más maravillosa de la vida, no me convence ese enunciado para apenas intentar describir los misterios que rondan la maternidad.

Por lo pronto no es una condición que se cumpla sin excepciones. Es, en tal caso, el resultado de un deseo, de una posibilidad; de un imaginario que le da sentido.

El mundo está atestado de maravillas y miserias, claro, y cada una de ellas cobra supremacía en su momento vivido. De no haber sido madre me hubiera asegurado de cualquier modo el tránsito por las experiencias más bellas. Muchas, de las que por fortuna me han tocado vivir, fueron inconmensurables, radiantes, sublimes y sigo sumando de ellas.

Tal vez se acomoda mejor en mí decir que es una experiencia extraordinaria, con toda la rigurosidad de su definición, que está por fuera de lo usual, de aquello que podría ser más o menos fácil de anticipar.

Si una logra salirse del deseo propio y piensa concienzudamente todo lo que supone el hecho de generar una vida sin consentimiento cae en la cuenta que debería ser una de las decisiones más temibles. Y para mí de hecho lo fue…, lo es.

Sin dudas la felicidad se instala allí pero mucho más que eso, o mejor aún, sin perderle pisada, está atravesada la responsabilidad de lo que implica. Y no aludo a la responsabilidad del cuidado, del sustento, y demás menesteres que casi diría, cuando hubo acuerdo, es un trabajo sencillo de organizar. Me refiero a la disciplinada tarea que supone instalarla en el mundo. Y que ese mundo esté, cada vez, hora por hora, más alejado de mí. Y no porque yo no me sienta una buena opción para acompañarla sino porque creo que ése sería mi mayor acierto. Mostrarle los beneficios de la autonomía.

Que haga de la libertad una estrategia ha dicho alguien alguna vez, sin la mirada de los otros, sin mandatos enquistados en su piel. Sin la mínima certidumbre de lo que yo hubiera querido para su vida, más que, en todo caso, el deseo profundo, desprovisto de ambiciones, de que su historia  sea, cada vez, un relato construido, en mayor medida o exclusivamente, por ella.

Sin dudas me hace feliz su presencia pero el anhelo más sofisticado, si cabe la definición, es que ella lo sea y no en función de mi existencia, sino de la suya, de su propia vida. Tan sólo pretendo que no  me arrastre. Que vea en mí, sin más, una posibilidad entre las infinitas que le servirán de muestra. 

Y es en ese sentido que hago un esfuerzo cotidiano para que Vera no se convierta en “mi vida” (completa, digo). Mi hija integra una dimensión, y a pesar de su pequeñez su figura va cobrando tanto más sentido con cada logro propio que la va desanudando de mí. Con toda honestidad podría afirmar que no me satisface plenamente su inevitable estado de dependencia. Estado que te impone una dura pelea con ese costado narcisista que te hace creer capaz de todo. Un poder ficticio que quién sabe cómo se traduce ante sus ojos.

Quiero que me ame, claro, pero también que me “abandone”. No quiero ser su matriz, preferiría ser una guía de viajes encantada de mostrarle los paisajes más bellos para mí, pero también estar dispuesta a dibujarle mundos distintos aunque yo los considere menos atractivos. Tal vez, justamente allí ella encuentre su sitio.

Y cuanta más conciencia de mí  tenga, y menos dependencia, quisiera que aún me eligiera, por supuesto, pero no por inevitabilidad o por el excluyente vínculo que nos tocó en suerte sino por haber podido ver en mí el cumplimiento de mis intereses, la búsqueda frenética de placeres elegidos y por la osadía permanente de atender a mis pasiones.

No tendrá de mí una madre abnegada, ni resignada a perder nada que sea propio en su nombre. Pelearé contra ello mientras pueda. No habrá una sola frustración, si aconteciera, de la que ella fuera responsable y menos aún será depositaria de deseos y elecciones inventadas, a través de mi convencimiento, por  incapacidad de haberlas hecho propias.

Vera no es alivio de tristezas, no es destierro de estados posibles de soledad; no fue pensada desde la falta ni desde ideales de realización. No es el reflejo de mis intereses, ni de mis reglas, ni de mis condiciones, ni de nada que, por pertenecerme a mí, sea por definición ella. Vera fue pensada con la distancia suficiente para saberla Vera y su historia, que irá trazando con los contornos y matices que emerjan de su mirada del mundo.

Que cuanto más camino ande y desande se eche menos vuelta hacia atrás. Que no espere mi aprobación en cada intento. Que la única ley que la gobierne sea la osadía y que no haya búsqueda íntima, deseo genuino, anhelo latente, del que se vea obligada a renunciar. Por ningún motivo, ni por nada ni por nadie…

Y sí, ni falta hace que me lo digan, ya sé que nada de esto va a salir bien. Que como ha pensado Freud, probablemente, como toda mujer, y pese a ella, dialogue conmigo el resto de su vida. Que sus deseos se construirán a costa de los vestigios de los míos. Que su sensibilidad se cubrirá de una piel entramada en parte con mis manos. Pero si a pesar de mis intenciones veré cada acto frustrarse en la batalla de saberla libre, si a pesar de mi tozudez tuviera que renunciar a mis intentos, si lo inevitable implica que ella sea en buena parte lo que haremos de ella, entonces mi esperanza dependerá de una sola condición. Que no sea de mí de quién sostenga su mundo, que no sea yo quien le ilumine distancias,  que elija siempre la mirada de su padre, porque tendrá allí una muestra más bella y mejor diseñada de la vida, una muestra sustancialmente más franca y definitivamente más sana que lo que yo pueda ofrecerle como madre. A mí, apenas si me da el cuerpo para entender el amor que siento por ella y tal vez me lleve toda la vida desentrañarlo.

Ahora, si inevitablemente tuviera que decir lo que imagino para Vera, para su vida sucesiva, sólo sé que mucho más que una princesita de historias, la prefiero, decididamente, maestra mayor de obras…


A Pini, mi amor, por la valentía de atreverse a Vera…

Por Sol Guerrero

sábado, octubre 16

"La sensación"

Por Sol Guerrero

No se trata de negar la inseguridad en el sentido de no reconocerlo como un fenómeno social que ha ido mutando en la Argentina como en cualquier parte del mundo. De lo que se trata, creo, es de ajustar su análisis a la realidad despojándolo en la medida de lo posible del imaginario que lo sostiene y viendo su trasfondo.



Ya se sabe que el miedo es irracional y por lo tanto instalar la inseguridad en forma indiscriminada, o negarla, da igual en ese sentido. La acción de los medios que buscan instalar los hechos concretos con una carga exagerada de sensación (como son las repeticiones desmesuradas de un mismo hecho), así como cierta postura “nuestra” de intentar explicar que no existe tal fenómeno, instala la inseguridad como tema de agenda cotidiano.

Ahora bien. Entiendo que aún así la cuestión central no pasa por si la “sensación” se fortalece o debilita según cuál sea la acción. Cuando digo sensación digo si los hechos concretos de robo, violencia y en casos extremos asesinato, se derivan o no hacia una situación de amenaza. Lo que creo central es comprender y/o analizar, no el efecto en sí sino esa sensación como resultado de algo que está en su origen y que se pone de manifiesto sin filtro aprovechando que la “ola de inseguridad” es el gran tema de los medios. Digo. Los robos, las violaciones, los secuestros, la violencia, los asesinatos son la “excusa” perfecta para dejar traslucir –“legítimamente”- un profundo sentimiento reaccionario, sectario, discriminatorio que “estaría permitido” dada la amenaza permanente que la sociedad sufre.


No es casual que el problema de la seguridad/inseguridad, para un gran porcentaje de la población, (sobre todo de clase media) no haya sido un tema, ni una sensación generalizada en la época de la dictadura. Por un lado porque los medios no reflejaban lo que sucedía en la calle pero mucho más aún porque los afectados por la inseguridad pertenecían a un sector de la población que finalmente merecía ser reprimida. La misma clase media, y alta hoy, más allá de la amenaza de inseguridad real lo que ve posibilitada es la oportunidad de expresar su odio hacia determinados sectores de la sociedad. La inseguridad habilita el fascismo digamos… habilita la discriminación y la estigmatización de un grupo social específico.


Entonces lo preocupante de la “sensación” que alimentan los medios, sin hablar del fin político que conlleva, no es tanto si la realidad se ajusta o no a esa sensación sino que despierta, dándole cierta legitimidad, los sentimientos de odio y los íntimos deseos de deshacerse de ciertos sectores que cumplen con determinadas características a saber: los pobres, los morochos, los jóvenes (sobre todo de sectores carecientes), los paraguayos, bolivianos y demás, los que viven en villas miserias, los limpia vidrios, los cartoneros, los adictos etc, etc, etc. Y de paso a todos los zurdos que acuerdan con políticas “garantistas”, entonces también, las Madres de Plaza de Mayo, las Abuelas, los piqueteros, los sindicalistas, quienes participan en política, los vagos que cobran un plan…(plan descansar le dicen…) las mujeres que ahora deciden tener más hijos para recibir la Asignación Universal por hijo… los que van a las marchas por el choripán y la coca, entre otros. Los jóvenes que toman escuelas y así… todos estos son motivo de inseguridad finalmente sin ningún motivo sólo porque es constitutivo de la ideología de cierto sector social que hoy ve posibilitada su oportunidad de decir sin cuidado y sin filtro que hay que “matarlos” o –matarlos- a todos.


Este, a mi parecer, es el problema de la sensación y no la sensación. Esto es lo que los medios tienen como objetivo íntimo y perverso. Lo que sucede hoy con la inseguridad sucedió en forma mucho más preocupante en otras épocas pero la sensación no se instaló… Creo que no es casualidad. Cuando el otro porque sí es amenazante no es el otro, es la idea que tengo del otro. Y es esa idea la que se expresa aprovechando la oleada.