lunes, noviembre 3

La obra de Elvio

Por: Soledad Guerrero

Desde el interior de la casa pude ver la parada de Elvio en la puerta, tiró de la visera para sacarse la gorra, se buscó en el aluminio del portero eléctrico y con la yema de los dedos recuperó el flequillo hacia la derecha; tocó el timbre y pegó los talones como señal de espera. Me acerqué para abrirle la reja y cuando incliné mi rostro para darle un beso me ofreció la mano que previamente había arrastrado por el pantalón en un acto de limpieza.


-El lunes empezamos con la remodelación, doña- dijo Elvio, el maestro mayor de obras.


Nahuel insistió con la renovación de la casa. -Traerá nuevos aires-, dice, -es un modo de progresar, de darle a nuestra vida más argumentos para disfrutarla-, y yo, que no estoy tan segura que sea necesario, igual decidí no contradecirlo.


Elvio es el jefe de una larga lista de hermanos dedicados a la construcción, es de los que cotiza en el gremio. Su parámetro horario cursa la luz del día, trabaja desde que se desactivan y hasta que se activan las fotocélulas de las luminarias de la calle.


Para Nahuel es un modo de darle destino a los ahorros que hemos logrado acopiar en estos años. -La casa está quedando chica-, suele decir, aún cuando nosotros seguimos siendo los mismos. Coincido en que necesitamos más espacio, a veces para no vernos ensimismados, otras para tener más sitios donde atrincherarnos y que la intemperie se vea compensada con los metros cuadrados cubiertos.


La obra ha empezado.


A Elvio lo acompañan tres de sus doce hermanos, todos de rostros diferentes aunque comparten cierta genética que se hace visible por el cuerpo rotundo y por la textura de sus manos.


Los primeros pozos van dejando en el parque montículos de tierra que la lluvia las vuelve barro, y el jardín del pasado, el que podría estar intacto, se arruina de todos modos. -En poco tiempo, cuando la obra culmine, volverá a haber un jardín verde brillante-, augura Nahuel. Entretanto las flores ya no existen, y el fresno, que tanta dedicación había puesto en enderezarse, ahora está rendido, la cal achicharró la raíz de sostén.


Elvio me describe cada paso a seguir -Después de haber hecho los pozos nos toca hacer el encadenado- dice, sospechando mi interés por conocer el proceso.


El encadenado tiene la función de reforzar los cimientos, de eso depende que se yerga incólume sobres los pies de escombro y cemento. Observé detenidamente el tiempo que lleva armar la estructura con hierros del 10´. Cada alambre une cuatro varillas que harán de viga para sostener las paredes de ladrillo hueco, de 9 agujeros, y de 16 mm, Elvio me pidió que fueran éstos porque asegura que son más fuertes que los de 6 huecos. El frío no pasa, la humedad se repele, el sol no calienta y algunas cosas más, esas paredes, impiden y retienen. Todo indica que el interior estará blindado.


Parte de la casa ya está mutando y en el transcurrir está dejando de ser la misma, no sólo estructuralmente. Ciertas rutinas se van deshaciendo y la circulación que era natural, ahora desorienta, ya no nos conduce a los mismos rincones. Imagino cómo voy a decorarla y eso a Nahuel lo reconforta porque arguye que decorarla, encausa, renueva e inaugura otras ilusiones. Tal vez tenga razón, pienso.


Se enciende la máquina mezcladora y las partículas de cemento y arena sobrevuelan el aire dejando un polvo grisáceo en todos los muebles. Las paredes empiezan a erguirse robustas mientras la vieja construcción se daña lentamente. Las plantas de interior que se veían relucientes ahora están opacas, los pisos marmolados se sienten ásperos y desgastados, los muebles que parecían bien nutridos ahora están resecos y envejecidos. -Hay que transcurrir con paciencia la obra, hay que morder el polvo porque el sacrificio bien vale el tiempo por venir-, dice Nahuel.


Tendrá dos ventanas amplias con vidrio repartido, esta casa necesita que la luz entre imperativa, que los colores recuperen las tonalidades que los días fueron desluciendo, un poco por el tiempo y otro tanto por la indiferencia, supongo.


-Una casa es el lugar donde uno es esperado-, frase de Nahuel. Es probable que así sea, donde uno es esperado y además se quiera estar, sea el punto geográfico que por azar nos haya llevado hasta allí. Cada acto confirma lo que era previsible, esta casa seguirá siendo mi lugar también.


Ya se ve con claridad cómo las hiladas de ladrillos encastrados le van dando forma a la caja, los agujeros que dejan ver hacia el otro lado están preparados para colocar la puerta y las ventanas. Ése será el nuevo ingreso de la casa.


-Terminadas las paredes tenemos que rellenar cada una de las vigas de sostén- dice Elvio, cansado, pero pareciera, orgulloso de darle forma a lo que hace días no hubiera existido sin la insistencia de Nahuel.


De fondo se escucha la misma música desde hace un mes, Elvio canta, Elvio baila, “el prójimo es tu misión al cielo, el prójimo es la elevación de tu alma, mira al otro, bendice a tus hermanos y evitarás así las tentaciones del mundo“. Elvio es evangelista y altruista hasta el hartazgo. Es lo que se dice un buenazo, recto y solidario con todos, tal vez un poco monotemático.


Ellos se quedan trabajando y yo debo irme porque estos cambios no me licencian de las tareas diarias, están transpirando. Es un día seco y ardiente, los dejo con el sol horadando sus espaldas y sus manos, revestidas, parece, de cuero curtido. Es un oficio insalubre el de Elvio y sus hermanos.


-Doña, vaya pensando en los últimos detalles, en unas semanas se termina la parte gruesa y queda ver la fachada. ¿Qué prefiere?


-¿Qué prefiero?


-Sí, qué prefiere…, cómo quiere que se vea el frente de la casa


-No sé, ¿y usted qué prefiere Elvio?


-No, no sé…, gustos son gustos señora. Es su casa y tiene que parecerle linda a usted y a su marido, no a mí.


-Sí, claro, eso es muy cierto, bueno déjeme pensar y le digo…


Nahuel dice que la nueva entrada tiene que verse perfecta, tiene que dar la sensación de querer ingresar desde afuera hacia adentro, y permanecer, desde adentro hacia lo profundo. Yo creo que alcanza con que se pueda entrar, quiero decir, que el ingreso sea atractivo, sí, pero que sobretodo sea cómodo.


Decido recorrer con el auto los alrededores, prefiero ver casas en vivo y en directo. Me seduce la calidez del estilo colonial, también las casas country se ven reconfortantes. Entrando a uno de los barrios residenciales veo con asombro que al estilo moderno acostumbran a construirlas con muros erguidos y gruesos, casi todas sin techo a la vista, cajas cuadradas o rectangulares con ventanas de vidrio entero, rejas con barrotes de alto milimetraje y plantas peladas que se suspenden en varillas resistentes al viento.


Hay casas hermosas en el barrio, aunque me parece que éste ya no es mi barrio, llevo más de tres horas manejando y el sol está debilitado, voy a intentar el regreso, será cuestión de preguntar a dónde voy, por dónde estoy, cómo volver.


Ahora entiendo por qué me pareció ver agua desde alguna esquina, estoy del lado del río, muy lejos de mi casa, debí darme cuenta porque las calles se abren provocando feroces corrientes de aire, el viento sopla diferente. Las hojas nunca duermen por estos lares.


Voy a volver por donde me indicaron que lo hiciera pero primero voy a ir a mirar. Si fuera azul, pienso, pero no, el color se parece a la mezcla de arena y cemento que Elvio prepara. De regreso a casa voy a decirle a Nahuel que hay que definir los detalles.


A Nahuel siempre le gustó el estilo despojado y para mí estaría bien, podría pensarse en una fachada minimalista. Sí, voy a decirle a Elvio que los últimos detalles los encauce hacia ese lado.


Las paredes de la casa ya están levantadas, la puerta y las ventanas colocadas. A la carpeta del piso se la ve lisa, sin imperfecciones. El revoque grueso áspero, pero consistente.


-Buen día, señora, ¿recuerda que tenemos que hablar de los detalles, no?


-Sí Elvio, claro, dígame.


-No, dígame usted ¿qué prefiere?


-Mire Elvio, yo prefiero la casa revestida de madera y los vidrios de las ventanas de colores. Que tenga un sendero de adoquines o piedras naturales y que alrededor la circunden canteros rebalsando tulipanes. Que tenga un llamador en la puerta y que las paredes se vean así como están ahora.


En el piso interior me gustaría que hubiera lajas irregulares y en el living un hogar a leñas virgen para encender el primer día que anuncia el otoño. Quisiera que ahí pudiera haber una mesa larga para recibir amigos, y en ese costado, una bodega donde pueda resguardar los vinos.


Madera en el techo y lámparas de hierro forjado. Desniveles con durmientes de quebracho y plantas multicolores.


Pero lo que más quisiera es que el viento soplara tan fuerte que cada mañana, al salir de la casa, me llevara hacia donde está el mar, y que el azul, cada vez, fuera distinto. Eso prefiero Elvio, ¿cómo lo ve?


-Bueno, casi todo lo que pide se puede hacer.


-Mire, esta casa, para Nahuel, es para toda la vida así que le voy a contar qué prefiere él.


-Pero señora, si es para toda la vida podría pintarle el mar en la medianera.


-No, está bien, Elvio, haga de cuenta que pensé en voz alta.


-Eso sí, tendrá que imaginarse que se la lleva el viento.




Sol Guerrero