viernes, julio 30
El rayo verde
Por: Pini Raffaele
Solo,
como el que logra ver todo muy claro,
Solo,
como la atenta luz de un faro
o el último minuto del alcohol.
Solo,
como este mismo instante que se pierde,
como el único que ha visto el rayo verde
cuando se cayó el último sol.
Solo,
como el que desentraña algún presagio,
como el único vivo del naufragio,
como todo el que pierde la razón.
Jorge Fandermole
Hay que aclarar, antes que nada, que él jamás imaginó que ella le fuera a dar bola. A ver si puedo ser gráfico: era la linda, la que todos, abierta u ocultamente, querían tener. La figurita difícil. Quizás lo de ella fue por despecho; andá a saber. El asunto es que en aquella tardenoche de verano, en la parte umbrosa de aquel edificio, ella apoyó nuca espalda y nalgas contra la pared y él sintió que le pegaban con una maza en la nuca. Pero aguantó la flojera de las rodillas. Nadie sabe de dónde pero consiguió saliva para esa boca que era un páramo reseco y la besó. Ella dejó hacer, divertida… los brazos colgando.
Ya eran las siete de la tarde y el bar tenía los sonidos y los aromas de siempre. Llevaba casi diez minutos en la mesa con los amigos y no hubiese podido repetir una sola palabra de las que se habían pronunciado hasta ese momento. Lo despabilaban cada tanto las risotadas pero no había caso, no estaba ahí. Ocupaba la silla pegada a la ventana desde donde se ve la esquina de Pellegrini, con su eterno asfalto ondulado y se supone que ese había sido siempre su lugar. No era el más importante, eso estaba claro, pero a él le gustaba. Es notable cómo, en cada grupo de amigos, cada uno sabe cuál es su silla y los demás se lo reconocen. O lo confinan a ella.
Lo que también sabemos y sabíamos ya en aquella época, es que él no podía portar semejante mina. Y cuando digo esto entiéndaseme bien: no era por lo exageradamente linda o por un culo único o unas tetas infartantes, no. Era única porque metía miedo. Nadie le conocía una historia, pero ella empuñaba las pupilas, te miraba… y te las imaginabas todas. ¡Si habrán gastado horas de fernet hablando de esas historias!
Pero él no pensaba en nada. Sólo trataba de apaciguar ese zumbido que le impedía escuchar las conversaciones cuando sintió que le aplaudían los oídos con dos pelotas de goma. Dicen que así se siente la onda expansiva de una explosión. Todo silencio; los amigos que dejaban de gesticular y giraban la cabeza. Todos para el lado de la ventana. Todo en slow motion. Y ella cruzando Pellegrini en diagonal.
Con esa pollera de jean que no era tan corta.
Con esa camisa blanca que no era tan transparente.
Siempre una pisada delante de la otra.
Iba hacia el bar como el Titanic hacia el iceberg de tipos que la miraban como sólo puede mirar un tipo cuando se le viene un barco encima.
El bar del que les hablo es de esos con mesas de nerolite gris, repisas oscuras con bebidas que hace rato ya no se fabrican. Esos bares que no pretenden ser otra cosa que lo que son. De enormes ventanales que se abren como las viejas ventanillas del tren, de abajo hacia arriba, y que dan a la vereda. En el marco de esa ventana se apoyó. Las palmas abiertas, las piernas abiertas, los ojos también, la boca también, el escote también.
-Hola-
-Hola- respondió el coro como cuando la pelota se va rozando el travesaño.
Y fue ahí cuando pasó. Es como si lo estuviese viendo ahora. Dejando una mano apoyada en el marco de la ventana, usó la otra para tomarlo de la nuca, con los dedos abiertos metiéndosele en el pelo, las uñas rojo sangre y le estampó un beso, rojo sangre, en el medio de la boca. Porque esos besos no se dan, se estampan. Fue muy curioso, porque mientras lo hacía ella miraba de reojo a los muchachos, y él también.
-¿Todo bien?- preguntó al grupo sin soltarle la nuca.
-…pssi…-
- Bueno, chau- dijo mientras le desbarataba los pelos con un gesto lleno de gracia y se perdía en dirección a Primero de Mayo.
-¡Hijo de mil putas!- largó el primero.
-¡No dijiste nada!- increpó el segundo.
-¡Largá todo ya!- amenazó el tercero.
El cuarto lo miraba despavorido.
Y él sólo quería no estar ahí. Justo cuando podía reunir a un auditorio desesperado por escucharlo, él no quería estar ahí. Yo creo que era porque se imaginaba más un espectáculo circense que un gran orador. Pero no había salida posible.
-¿Qué les voy a contar?-
-¿Te la cogiste?-
-¡No, boludo, si esto pasó ayer!-
-¿Qué?-
-Le di un beso, en la calle, nada más-
-¿Le diste un beso y no te la cogiste?-
-¡No sean pelotudos, che!-
Después ya no se entendió más nada porque hablaban todos al mismo tiempo. Se reían, lo aplaudían, le pegaban… por una vez era el centro de la escena, pero no estaba muy seguro de estar contento.
Pasó una semana pero pareció muchísimo más. A veces estaban solos, en la esquina de siempre, y si pasaba uno de los chicos se me hacía que ella se le apretaba más. Había uno en particular, el de pelo largo. Cada vez que pasaba, el cuerpo de ella se tensaba y lo agarraba más descaradamente. Aquella tarde él estaba de espaldas a la pared, con ella entre sus piernas y sujetándola por la cintura. El de pelo largo pasó muy despacito con el auto pegado al cordón, el brazo afuera, la mano también, el pucho también… justo cuando ella tomó sus manos y se las afirmó en el culo. Todo el pelo negro giró como la pollera de una gitana para mirarlo, los ojos casi amarillos de tan verdes; pero el peludo había acelerado a fondo y desaparecía por la esquina de nueve de julio.
Pudo haberse cambiado de silla, lo sabía. Pero de verdad le gustaba la del ventanal. Mirar hacia Pellegrini ya era un gesto diagonal.
-¡Pero mirá qué pedazo de orto!- gritaba uno de los muchachos frente al televisor del bar donde pasaban la repetición repetida de los repetidos programas de Tinelli.
Él remaba despacito, en círculos por la bocacalle.
Como buscando sobrevivientes del naufragio.
Pini Raffaele
(Tema: "Solo" por Fandermole) http://www.youtube.com/watch?v=e-zXRo7c4jY
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