Por: Pini Raffaele
Cuando Sabina, en agosto de 1904, entró al hospital Burgölzli, en Zurich, llevaba dos equipajes. Uno era una simple maleta de cartón con unas pocas prendas de vestir y el otro, la historia de un padre violento y manipulador. Su estado no podía ser más desesperante; había llegado a contener sus heces más de dos semanas y se masturbaba compulsivamente después de cada golpiza que le daba su padre a ella o a sus hermanos.
Spielrein, era el apellido de Sabina.
Spielrein, que en alemán significa “juego limpio”, sería una de las tantas paradojas de esta historia.
Un joven Carl Gustav Jung fue quien recibió a la paciente e inmediatamente percibió una inteligencia perturbadora en la muchacha. Sabina tenía entonces diecinueve años y una pasión arrolladora por la música. El mismo Jung, que la instó a estudiar medicina, declaró años más tarde que si hubiese optado por el arte, en lugar de la ciencia, seguramente habría terminado desquiciada. Pero Sabina se había enamorado perdidamente de Jung y hubiese hecho cualquier cosa para complacerlo. Tanto que se convirtió en una de las psiquiatras más brillantes de la época e iba a influir definitivamente los trabajos sobre instinto de muerte de Sigmund Freud.
La historia hubiese sido apenas un exitoso tratamiento psicoanalítico si Jung no hubiese terminado enamorándose tan profundamente como ella. Lo lamentable era que Carl no estaba dispuesto a poner nada en juego por aquel amor y Sabina parecía signada por la eternidad.
Cuando Jung se vio desbordado por la situación, y nadie mejor que él podría notarlo, decidió supervisar el caso con Freud, quien ya era considerado una eminencia y había leído algunos de los primeros escritos del joven. Dicen que el vienés fue atraído por la propuesta porque su trabajo seguía circunscripto al ámbito judío y ésta era la oportunidad de expandirlo al influyente mundo ario al que pertenecía Jung.
Sabina, enterada de esto y sabiendo que Carl había omitido mencionar la relación amorosa, se comunicó directamente con Freud y éste la invitó a participar de sus famosas reuniones psicoanalíticas de los miércoles.
Spielrein… pero nadie jugaba limpio.
El romance se hizo público y estalló el escándalo. A Jung no le alcanzó la elegancia y dijo que se trataba del delirio de una paciente a la que le había salvado la vida.
Sabina se casó y volvió a su Rusia natal, pero no tuvo el hijo que soñaba con Carl al que iba a llamar Sigfrido, casi un apócope de Sigmund Freud. En cambio tuvo dos hijas: Eva (como la mujer primera) y Renata (renacida).
Junto a ellas fue fusilada en 1942 por las tropas nazis, en su delirante carrera hacia Moscú.
Pini Raffaele
Dicen que Sabina fue autora de grandes ideas de ambos psicoanalistas que se la atributyeron como propias...
ResponderEliminarElvira Romera
A María Victoria Hermosilla le gustó este texto.
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