Por: Pini Raffaele
-¿Necesita que venga mañana, doctor?
-Le aviso Sonia, vaya nomás. Usted también, Gunther, muchas gracias. Pasen a cobrar el viernes, por favor.
-Hasta el viernes entonces, doctor- saludó Gunther mientras acompañaba a Sonia con su mano en la cintura hacia la puerta del estudio.
Ernst estaba realmente abatido. Había planteado correctamente la hipótesis, había desarrollado respetando a rajatabla el método científico pero no lograba dar sustento académico a su teoría. Y el tiempo para la presentación en Berlín se acababa.
Repasaba por tercera vez sus apuntes cuando Gertrude entró con la bandeja del café. Sirvió dos tazas, las dos sin azúcar, como siempre. Las dos copitas de cognac tintinearon en la bandejita mientras ella se acercaba desde el bargueño. Ernest se quitó los anteojos y la miró mientras distribuía copas y pocillos.
-¿Cómo puede ser?- dijo el doctor Gräfenberg a su secretaria.
-¿Qué cosa, Ernst?
-Que no pueda reproducir la experiencia en el laboratorio.
-Estás obsesionado, y eso no es bueno para llegar a un resultado- le recomendó Gertrude mientras le alcanzaba la copita de cognac que el científico volcó dentro del café mientras la miraba con fijeza.
-Quizás estás omitiendo algún detalle- dijo ella mientras lo empujaba suavemente y lo desplazaba en su sillón con rueditas.
Gertrude era una mujer que podía engañar a primera vista. Siempre esas camisas abotonadas hasta el cuello, ese rodete de institutriz, esas faldas monásticas. Hasta su tono era glacial. Pero cuando Ernst la miraba de un modo particular y ella respondía a aquella mirada, algo se encendía en el aire. Las mejillas de Gertrude tornaban del marmóreo al magenta en un instante y toda ella era como el Bismark enfilando su proa. De los botones no quedaba más que el que sujetaba su blusa al nivel del ombligo y la falda también estaba a la misma altura. Nadie en Friedeschafen lo sabía, pero Gertrude jamás usaba bragas. Nadie salvo Ernst.
Siempre era igual. Una y otra vez. Siempre era maravilloso.
Ernst tenía el guardapolvo y el resto de la ropa desabrochada, la cabeza hacia atrás y los brazos colgando a cada lado del sillón. Gertrude se acurrucaba sobre él.
-¿Por qué no puedo replicarlo en el laboratorio?- se preguntó el científico en voz alta.
-¿Para qué?- repreguntó su secretaria.
-Porque sería un gran avance para la humanidad.
-No estoy tan segura. Creo que sería una nueva obsesión.
-Además ya casi no me queda tiempo para la presentación en la Sociedad y le he dedicado a esto todo mi esfuerzo.
-¡Ah, era por la fama!
-No mujer ¿Qué estás diciendo?
-¡Que cuando el gran científico lo descubra querrá que a su punto lo llamen el “punto Gräfenberg”!
-Con que lo llamen punto G me conformaría.
Gertrude ya se había puesto de pie y estaba evidentemente molesta. Se abrochó la blusa y acomodó la falda. Cuando terminó de rehacer su rodete, tomó el sillón por los apoyabrazos y lo atrajo hacia sí dejando su nariz a milímetros de la del científico.
-El punto mágico que buscas en las mujeres, querido Ernst, se halla exactamente entre nuestros oidos.- dijo, y empujando con fuerza el sillón hacia atrás, se marchó dando un portazo.
El doctor Gräfenberg anotó prolijamente la experiencia en su cuaderno.
Pini Raffaele
Muy bueno!!!!!...Muy bueno tambien el trabajo de Sonia!!!! jajaja
ResponderEliminarSonia García
Muy bueno!
ResponderEliminarMaría Inés Ferrero
Excelente, apasionante, atrapante!! Tiene que escribir un libro!!!!
ResponderEliminarMaría Victoria Hermosilla
Excelente!!!!! Me encantó. decile a Pini que se atreva, tiene mucho talento para los dos lenguajes, el de la foto y el de la letra.
ResponderEliminarIrene Guitián
Buenisimo.... es cierto lo que decis de las instantaneas, me encanto, los vi mientras lo leia y me atrapo. Besos a Pini
ResponderEliminarSilvia Mazzarella
Si, es una belleza. Parece una foto hecha relato.
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