Por: Sol Guerrero
A diferencia de la filosofía clásica, hoy no se piensa al sujeto como sustancia, como sujeto trascendental sino más bien como una construcción histórica, como el producto contingente de un determinado tiempo histórico, como el resultante de lo visible y pensable de una organización social determinada. Se trata de una manera de pensar que se opone, en principio, al “cogito cartesiano” como lugar claro y distinto a partir del cual todo saber cobra una dimensión definitiva e iluminadora.
Si pudiéramos ubicar un momento culminante de esta radical negación del sujeto como conciencia trascendente y autosuficiente no sería desatinado convocar a quienes Foucault denominó como ‘pensadores de la sospecha’: Nietzche, Marx y Freud quienes desde distintas ópticas y reflexiones derrumban la ilusión de una racionalidad omnicomprensiva y plena.
Luego de ellos nadie podrá imaginar valores perennes y, consecuentemente depositarios privilegiados de esos valores que a partir de determinada ortodoxia distinguen y combaten una heterodoxia que encarnaría el mal absoluto. De aquí fácilmente se desprende una lógica binaria: aquellos que son destinados por los dioses a transmitir y sostener la verdad revelada y única, y los otros, quienes deben ser adoctrinados, evangelizados o civilizados según sea la tarea a realizar. El Otro en esta perspectiva es en definitiva el diferente, quien no se ajusta a los valores eternos, incuestionables y que por tanto no merece el lugar de humano ni de semejante, y que por tanto, se impone deshumanizarlo y cosificarlo, de donde inevitablemente deviene la violencia. No se trata de sostener que los tres pensadores nombrados no puedan ser cuestionados en sus tesis, de ubicarlos como nuevos profetas de una supuesta liberación última. Aquello que queremos decir implica reconocer que el hombre no puede pretender el sitio de “rey de la creación” como gustaba denominarlo el pensamiento tomista y a un humanismo ingenuo.
“Nada es más frágil que la superficie”, dijo Deleuze, por cuanto la complejidad humana ahuyenta toda definición que pretenda naturalizarlo, hay un sujeto desgarrado de contradicciones que puede enfrentarse a ese Otro en sí mismo, así deviene la resistencia o la sumisión, la indignación o el desencanto.
Permitirse la extrañeza de la realidad, develarla y reconocer como dice Joseph Conrad que “la vida es un enigma mayor de lo que alguno de nosotros piensa”. Se trata, entonces, de sumergirse en el conocimiento que, a decir de Pablo Feinman – así deviene crítico ya que plantea la insoslayable praxis de la transformación de lo real -. Sospechar de lo dado, de lo que se nos impone como inamovible, inquebrantable; enfrentarnos al mundo con el compromiso de pretender aguerridamente la libertad. Foucault lo dice impecablemente… “Mostrar las determinaciones históricas de lo que somos es demostrar lo que hay que hacer. Porque somos más libres de lo que creemos y no porque estemos menos determinados, sino porque hay muchas cosas con las que aún podemos romper para hacer de la libertad un problema estratégico, para crear libertad. Para liberarnos de nosotros mismos”
Sol Guerrero